Nie wszystko złoto co się świeci. Nie cała Argentyna to perfekcyjna scena do tango i romantycznych porywów. Czasami trzeba się zderzyć z brutalną rzeczywistością, zwłaszcza w momencie poszukiwania tak rozchwytywanych dóbr ja bilet na autobus do La Plata, stolicy prowincji Buenos Aires oddalonej o jakąś godzinkę jazdy z Paseo Colón. Sobota. Piątkowe doświadczenie nakazało nam udać się w ten piękny poranek do miejsca gdzie kupuję się bilety na autobus, jakieś osiem przecznic od przystanku, przy którym zatrzymuje się 129. Po dotarciu na miejsce, okazało się, iż w sobotę, jak nakazuje robotnicza tradycja, dzień odpoczynku, a więc kioski z gazetami pozamykane. Czy więc przeciętny Argentyńczyk wyłączony jest życia publicznego na czas weekendu? Czy poranna kawa i gazeta oznaczają zamiennik w postaci szklanego ekranu i skazanie na dziesięciominutowe wiadomości każda? (skrótów nie ma, zaznaczam). W sumie w niedzielę i tak futbol, więc po co ta gazeta... Pełni nadziei, ufni w wyrozumiałość argentyńskiego systemu transportu publicznego (daremne żale, próżny trud... teraz już wiemy, że na nic się nam ta nadzieja zdała), zapytaliśmy pana kierowcę czy u niego nie można by przypadkiem nabyć biletu... Tu uwaga, raz można raz nie, zależy od dziwnych okoliczności indywidualnych, które rządzą się sobie tylko znanymi prawami. Najwidoczniej pan kierowca był tego dnia w złym humorze, bo zignorował maszynkę na monety i jednoznacznie dał nam do zrozumienia, że biletów nie ma. Won mi stąd.. Podreptaliśmy zatem w miejsce, gdzie według wskazówek uroczych dziewczątek z przystanku, powinno było być możliwe nabycie tego luksusowego towaru. Nie było możliwe, i kolejne dziesięć przecznic na północ, wycieńczeni, spaleni słońcem, które wyziewa rakotwórcze substancje przez dziurę ozonową na Antarktydzie, a to tutaj tzw. rzut beretem (nie, nie moherowym, za gorąco) nie należy zapominać (zbliża się lato i wszelkie prognozy pogody ostrzegają przed ryzykiem letniego zamieniania się w brunatną skwarkę), dotarliśmy do ziemi obiecanej: dworca autobusowego. Tam na pewno istnieją oazy biletami do La Plata płynące. Rzeczywiście, były. Nabyliśmy, ale po przedreptaniu dworca i okolicznego placu dwa razy w tą i z powrotem , jako że nikt nie był w stanie udzielić odpowiednich wskazówek co do miejsca odjazdu zaczarowanego pojazdu, prawie się poddaliśmy, a tu nagle: o cudzie! Wyrasta nam przed oczami i autobus i kolejka i kasa biletowa.... Dlaczego dopiero teraz? Czy odpowiednie oznakowanie terytorium, podanie odpowiednich wskazówek, tudzież możliwość kupna biletu u pana kierowcy, jeśli w pobliżu nie ma kasy, to tak wiele? Co zawiodło? My czy argentyński sposób myślenia, bądź organizacji? Resztkami sił dotarliśmy na dni baskijskie do La Platy, gdzie okazało się, że jednak to nie my zawiniliśmy ale system, bo lokalni przyjaciele musieli pokonać podobne przeszkody aby wyruszyć w upragnioną podróż poza granice stolicy.
Z kolejnych ciekawostek a propos mieszkania: odpadają kafelki w łazience, przepalone żarówki zostały bohatersko powymieniane (to dopiero sztuka rozgryźć koncept tutejszych halogenów), ale klamka od drzwi wejściowych nadal uparcie pozostaje mi w ręku przy każdym wyjściu.
En la búsqueda del Grial perdido.
No es oro todo lo que reluce. No toda la Argentina es una perfecta escena de tango y de impulsos románticos. A veces, hay que chocar con la dura realidad, sobre todo a la hora de buscar los bienes tan solicitados como un boleto del colectivo de la Costanera rumbo a la Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires ubicada a una hora de viaje desde el Paseo de Colón. Un sábado. La experiencia del viernes nos mandó aquella lindísima mañana al sitio donde habitualmente se venden los boletos para ese colectivo, unas ocho cuadras desde el sitio en el que para el 129. Después de alcanzar el lugar, resultó que los sábados, al dictado de la tradición obrera, el día de descanso, todos los kioskos de prensa (y boletos) están cerrados. ¿Quiere decir ello que un argentino medio está al margen de la vida pública del país durante el fin de semana? ¿Será la pantalla y la condena a las noticias de diez minutos cada una el digno substituto del café y el periódico matutinos? (aclaro que las noticias breves no existen por aquí, igual que no existen las noticias internacionales, ni largas ni breves). De todas formas, los domingos el fútbol, de modo que ¿para qué este desdichado periódico al que tanto me atengo...?
Llenos de esperanza, confiados en la indulgencia del sistema argentino de transportes públicos (ahora ya sabemos que todo en vano...), preguntamos al señor chófer si, por casualidad, se podía adquirir el boleto en el vehículo mismo. Aquí cuidado: a veces sí, a veces no... Me atrevo a constatar que eso depende de las extrañas circunstancias individuales que se rigen por las leyes conocidas tan sólo por ellas mismas. Obviamente, el señor chófer tenía un mal día porque ignoró por completo la máquina a monedas para emitir el boleto y nos dejó a entender, claramente y sin dudar, que allí no había ningún boleto ni nada. Arrastramos nuestras ya medio muertas patas a un lugar donde, según las explicaciones de unas encantadoras señoritas, fuera posible la adquisición de esta mercancía de lujo. No, no fue posible ni allá ni diez cuadras al norte, donde arribamos a duras penas, asados por el sol, el repartidor gratis del regalo cancerígeno a través del agujero de la capa de ozono en la Antártida, aquí a la vuelta de la esquina, vamos (no hay que olvidar que el verano está por llegar y todos los pronósticos televisivos advierten sobre los riesgos de convertirse en los karramarros lentamente tostados); llegamos como decía antes, a la tierra prometida: la terminal de los colectivos. Allá deben de existir los oasis que manan los boletos a La Plata. De hecho, sí que existían. Nos convertimos en los felices dueños de los pases a La Plata después de atravesar toda la terminal y la plaza adyacente tan sólo dos veces, dado que nadie era capaz de indicarnos el lugar de la salida del vehículo mágico. Estuvimos a punto de rendirnos y volver a casa; sin embargo, de repente: ¡oh, milagro! Aparece como si nada el colectivo, y la cola, y la taquilla... -¿Por qué ahora?- ¿Serán las indicaciones en el territorio desconocido información inadecuada, o la posibilidad de comprar el boleto de las manos de un amable chófer del colectivo a falta de la taquilla, tanto pedir? ¿Qué es lo que falló: nosotros, el pensamiento argentino, su organización? Con las fuerzas casi extintas, por fin llegamos a las jornadas vascas en La Plata donde nos fue dado un momento de gloria: ¡no fuimos nosotros! ¡Fue el sistema! Nuestros amigos autóctonos habían tenido que combatir obstáculos parecidos para salir a la Plata, convertida en un destino de ensueño apenas alcanzable una mañana de sábado.
Sobre las siguientes curiosidades acerca de la casa: algunas baldosas en la ducha se caen a pedazos y las bombillas fundidas fueron heroicamente eliminadas después de un largo momento de duda sobre el funcionamiento de los halógenos locales. Con todo, la manilla de la puerta de entrada sigue pegándose con tenacidad a mis manos cada vez que salgo afuera. De momento, no contabilizo más daños materiales.
No es oro todo lo que reluce. No toda la Argentina es una perfecta escena de tango y de impulsos románticos. A veces, hay que chocar con la dura realidad, sobre todo a la hora de buscar los bienes tan solicitados como un boleto del colectivo de la Costanera rumbo a la Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires ubicada a una hora de viaje desde el Paseo de Colón. Un sábado. La experiencia del viernes nos mandó aquella lindísima mañana al sitio donde habitualmente se venden los boletos para ese colectivo, unas ocho cuadras desde el sitio en el que para el 129. Después de alcanzar el lugar, resultó que los sábados, al dictado de la tradición obrera, el día de descanso, todos los kioskos de prensa (y boletos) están cerrados. ¿Quiere decir ello que un argentino medio está al margen de la vida pública del país durante el fin de semana? ¿Será la pantalla y la condena a las noticias de diez minutos cada una el digno substituto del café y el periódico matutinos? (aclaro que las noticias breves no existen por aquí, igual que no existen las noticias internacionales, ni largas ni breves). De todas formas, los domingos el fútbol, de modo que ¿para qué este desdichado periódico al que tanto me atengo...?
Llenos de esperanza, confiados en la indulgencia del sistema argentino de transportes públicos (ahora ya sabemos que todo en vano...), preguntamos al señor chófer si, por casualidad, se podía adquirir el boleto en el vehículo mismo. Aquí cuidado: a veces sí, a veces no... Me atrevo a constatar que eso depende de las extrañas circunstancias individuales que se rigen por las leyes conocidas tan sólo por ellas mismas. Obviamente, el señor chófer tenía un mal día porque ignoró por completo la máquina a monedas para emitir el boleto y nos dejó a entender, claramente y sin dudar, que allí no había ningún boleto ni nada. Arrastramos nuestras ya medio muertas patas a un lugar donde, según las explicaciones de unas encantadoras señoritas, fuera posible la adquisición de esta mercancía de lujo. No, no fue posible ni allá ni diez cuadras al norte, donde arribamos a duras penas, asados por el sol, el repartidor gratis del regalo cancerígeno a través del agujero de la capa de ozono en la Antártida, aquí a la vuelta de la esquina, vamos (no hay que olvidar que el verano está por llegar y todos los pronósticos televisivos advierten sobre los riesgos de convertirse en los karramarros lentamente tostados); llegamos como decía antes, a la tierra prometida: la terminal de los colectivos. Allá deben de existir los oasis que manan los boletos a La Plata. De hecho, sí que existían. Nos convertimos en los felices dueños de los pases a La Plata después de atravesar toda la terminal y la plaza adyacente tan sólo dos veces, dado que nadie era capaz de indicarnos el lugar de la salida del vehículo mágico. Estuvimos a punto de rendirnos y volver a casa; sin embargo, de repente: ¡oh, milagro! Aparece como si nada el colectivo, y la cola, y la taquilla... -¿Por qué ahora?- ¿Serán las indicaciones en el territorio desconocido información inadecuada, o la posibilidad de comprar el boleto de las manos de un amable chófer del colectivo a falta de la taquilla, tanto pedir? ¿Qué es lo que falló: nosotros, el pensamiento argentino, su organización? Con las fuerzas casi extintas, por fin llegamos a las jornadas vascas en La Plata donde nos fue dado un momento de gloria: ¡no fuimos nosotros! ¡Fue el sistema! Nuestros amigos autóctonos habían tenido que combatir obstáculos parecidos para salir a la Plata, convertida en un destino de ensueño apenas alcanzable una mañana de sábado.
Sobre las siguientes curiosidades acerca de la casa: algunas baldosas en la ducha se caen a pedazos y las bombillas fundidas fueron heroicamente eliminadas después de un largo momento de duda sobre el funcionamiento de los halógenos locales. Con todo, la manilla de la puerta de entrada sigue pegándose con tenacidad a mis manos cada vez que salgo afuera. De momento, no contabilizo más daños materiales.